lunes, 24 de junio de 2013

El último jefe

- ¡Ya era hora de que me hables! Creía que te habías olvidado de mí.
- Perdón, no tenía idea de donde buscarte. No te creas que te dejé. Tampoco creas que te hablo porque quiero que calles lamentos, o que aplaques  gritos. Eso ya pasó.

 Mi interlocutor sonrió con gesto burlón.
-Pedís perdón por pavadas, ¿te das cuenta?  ¡Ni que me hubieras matado!

Me di cuenta que en todo este tiempo su aspecto había cambiado, su tono de voz era el de una persona más seria, y como para contradecir esa madures que aparentaba, se veía más joven y decidido.
Naturalmente, no me acordaba de la falta de censura que había entre los dos.

-Gracias por el halago, en realidad, gracias por esta apariencia nueva que me diste... Me siento como más jovial, me gusta como me queda  esta camisa. Aunque nada tenga que ver con mi oficio.

-¿Si? A mi me gustaba más como te quedaban las canas y la barba de vagabundo hasta el piso... Pero bueno, se ve que crecí.

Contuve las ganas de echarle la culpa a él, diciendo "creciste". Pero era la cruda realidad: yo era la que había crecido. Pensé en aquella protesta que tanto me hacían "te hubieras quedado chiquita".
Otra vez, el muy atento, contestó sin necesidad de que yo hablara.

-Tenemos que disfrutar de cada etapa. Aunque queramos volver a la anterior, ya sea porque haya sido  más fácil, o porque nos sintamos solos y perdidos... La vida pierde por momentos su sabor, pero veo que hoy en día tenes azúcar de sobra y que no me hablas por mera compañía.

-La última vez que te hablé fue por piedad,  hace un año exactamente.

Pero era muy fuerte decirlo en voz alta, no pude continuar, le quería decir que aquella vez él no había hecho nada, quería culparlo nuevamente. Era una furia incontrolable, mezclado con la tristeza. Amarrada a la decepción. Noté su gesto de dolor, y me arrepentí de lo que había dicho y pensado.
Le ofrecí un mate  para aminorar un poco la intensidad de mis palabras. Era estúpido creer que podía herirlo, y era más estúpido aún sentir pena por eso. "Yo mando acá adentro" Y dicho eso hice que su actitud volviera a ser alegre.

-Sabes que yo no puedo contra la voluntad de nadie, mas que de vos misma, sabes que yo no puedo cambiar fenómenos, no puedo evitar muertes, no puedo contra el Señor, si es que lo hay.  Mi orden es ser la última esperanza, ser el consuelo, servirte de apoyo. Cumplí con mi trabajo mejor que nadie, vos traeme a tu memoria cuando lo necesites, no importa que pasen diez o veinte años. De mi no te vas a olvidar jamás. Se muy bien qué aprecias todo lo que hice.
Se que sabes que podrías haber vuelto a hablarme en cualquier momento, como para no sentirte tan mal como te sentías. Pero no lo hiciste, porque miles de veces nos pasa que dejamos de confiar en nosotros mismos y en nuestra voluntad de querer ser felices.

Todo lo que decía era verdad, todo estaba en su justa razón, y era imposible que yo me ponga en contra de mis propios ideales. Sin embargo sentía que debido a su ausencia se merecía un pequeño golpe más. Un recordatorio para que no vuelva a pasar. Él mismo me acomodó las cartas para que mi próxima jugada fuera magistral.

-¿Seguís creyendo que existo?

-Por supuesto, estas tomando mates en frente mío.



- Está asqueroso, por cierto. Le falta azúcar.


Le sonreí con el mismo tono burlón que me había hecho él.


- ¿Viste que amarga es la vida cuando te sentís solo y perdido?